Haz clic para definir HTML personalizado
Los trabajos de María José Fort se nutren en las experiencias del pasado y se afanan en personalizarlas recreándolas, modelándolas hasta concederles una identidad formal, rasgos distintivos propios. Eligen, con absoluta premeditación ubicarse en una zona intermedia donde se toma distancia de las fragancias pictóricas estrictas pero sin proponerse estrategias objetuales. Puede aparecer algún gran botón oficiando de centro gravitatorio o alguna serie rítmica de botones más pequeños, pueden desplegarse redes de fibras textiles o de materiales plásticos, desarticulados fuelles de cartón, pueden adherirse hilos levísimos o cálidos cáñamos, alargadas tiras de papel o de cartulina. Si los relieves pictóricos o los contrarelieves de Tatlin van tomando distancia de lo pictórico, si los ensamblajes de Schwitters ganan dramáticas resonancias volumétricas, los collages de María José Fort eligen atesorar sedosidades pictóricas, texturas formales de cauteloso refinamiento, serenas orfebrerías del relieve. En ese encuadre fluída y buscademente ambiguo, como una constante de sus estudiadas composiciones, se perciben ciertos rasgos por demás caracterizadores. En primer lugar, una reiterada alusión a lo textil. En segundo lugar, una fina musicalidad compositiva. En tercer lugar, un peculiar manejo de los criterios ortogonales. En cuarto, una elección cromática sustentada en una gama siempre predominante y con cambiantes accesos a la luminosidad del blanco.
Cuando se sugieren ciertas insinuaciones textiles, no debe pensarse en un tejido convencional, canónico, en una prolija organización de tramas y urdimbres. No siquiera puede buscarse una simulación de lo textil mediante recursos del collage, a la manera de los esterillados usados por un Pablo Picasso, o de la pintura, a la manera de las telas y los cueros incorporados, como gestos pictóricos por un Manolo Millares. Es apenas una reminiscencia, una fragancia distante y elusiva, un juego capaz de disfrutar tanto del azar como de la decisión consciente. A veces, las redes, elementos básicamente textiles , pueden extenderse, desplegarse en el contexto del collage, dialogar con las manchas o esfumados pictóricos, erigiéndose en protagonista fundacional, gestando a partir de sus irrupciones, toda la puesta en escena visual. Otras veces, pueden apretarse describiendo una arrugada orografía o ser apenas una impresión sobre el papel. A veces, cuerdas, hilos y cáñamos, se implantan como elementos rectores, como ejes de simetrías establecidas por compensación. Otras veces, eligen ser apenas una dibujada retícula. También franjas de papel insinúan la trama y sobre ellas surcan las directrices de una desatendida urdimbre. Algunas veces el papel leve, casi instustancial, se organiza en manchas que parodian grandes gestos blancuzcos y una delicada redecilla asume la tarea de conectarlos, de darles unidad plástica. Y otras veces, los cordeles se anudan y atraviesan una pintura de ricas y suaves texturas. O intentan cerrar una rasgadura bordando un sinuoso y austeramente dramático costurón.
El segundo rasgo remite a vertientes compositivas que María José Fort busca, con presupuestos conscientes o impremeditados , emparentar con una cierta musicalidad visual. En todos los casos las estructuras establecidas desde el comienzo o reclamadas finalmente por los ornamentos del collageterminan incitando en quien contempla ejercicios sensibles que pueden acompasarse con la serenidad de un adagio o juegos de ritmos superpuestos. En una de sus obras, uno de los ejemplos más audaces, una especie de fuelle en cartón, establece un ritmo romboidal, una especie de reiterada percusión, sobre el contra ritmo construído por largas tiras seductoras, sedosamente coloreadas. Así, la musicalidad estructural sabe oscilar entre fluidez armónica y las resonancias casi sinfónicas de una trama cuadricular que traspasa el esfumado pictórico. Esa musicalidad es indisociablel de otro rasgo señalado, el amplio repertorio de proposciones ortogonales. Grandes zonas de collage o de pintura pueden ser intervenidas por la verticalidad o la horizontalidad de cuerdas en paralelo que bordan y aseguran la precaria forma cuadrilátera de las áreas cromáticas del collage. Esbeltas franjas rectangulares, también en horizontal o en vertical se imponen sobre la libertad gestual de manchas monocopiadas o pintadas. Un desencontrado tejido de franjas perpendiculares fractura el lirismo formal del relato pictórico, pero esa irrupción se produce sin irritar la armonía de atmósferas, como si esa intervención, quisiese reafirmar antes que confrontar.
El cuarto y último rasgo está vinculado a las opciones cromáticas manejadas por María José Fort. De manera mayoritaria recurre a una amplia gama de marrones y sus multiplicados matices, pardos puros, terracotas, ocres, sienas y todas sus imprevisibles combinaciones, junto a una recurrente aparición del blanco, muy luminoso o muy crudo , apenas amarilleado o tibiamente atizado. De tanto en tanto, los collages parecen buscar la penumbra gracias al protagonismo de grises oscuros o negros. También de tanto en tanto se engalanan con algún toque de púrpura o de violeta, se dejan agraciar con algún lavado en rosa o en un luminoso bordeaux. El conjunto de colores seleccionados parece enaltecer los otros rasgos destacados. Cargan de entonaciones poéticas los elusivos, azarosos perfumes textiles. Impregnan de acentos sensibles la musicalidad visual. Dan calidez y aligeran la espesura de las cartografías ortogonales.
En definitiva, dan identidad expresiva a estos collages que buscan un áspero sentido de la belleza y una constante emergencia del lenguaje pictórico.
Alfredo Torres
Cuando se sugieren ciertas insinuaciones textiles, no debe pensarse en un tejido convencional, canónico, en una prolija organización de tramas y urdimbres. No siquiera puede buscarse una simulación de lo textil mediante recursos del collage, a la manera de los esterillados usados por un Pablo Picasso, o de la pintura, a la manera de las telas y los cueros incorporados, como gestos pictóricos por un Manolo Millares. Es apenas una reminiscencia, una fragancia distante y elusiva, un juego capaz de disfrutar tanto del azar como de la decisión consciente. A veces, las redes, elementos básicamente textiles , pueden extenderse, desplegarse en el contexto del collage, dialogar con las manchas o esfumados pictóricos, erigiéndose en protagonista fundacional, gestando a partir de sus irrupciones, toda la puesta en escena visual. Otras veces, pueden apretarse describiendo una arrugada orografía o ser apenas una impresión sobre el papel. A veces, cuerdas, hilos y cáñamos, se implantan como elementos rectores, como ejes de simetrías establecidas por compensación. Otras veces, eligen ser apenas una dibujada retícula. También franjas de papel insinúan la trama y sobre ellas surcan las directrices de una desatendida urdimbre. Algunas veces el papel leve, casi instustancial, se organiza en manchas que parodian grandes gestos blancuzcos y una delicada redecilla asume la tarea de conectarlos, de darles unidad plástica. Y otras veces, los cordeles se anudan y atraviesan una pintura de ricas y suaves texturas. O intentan cerrar una rasgadura bordando un sinuoso y austeramente dramático costurón.
El segundo rasgo remite a vertientes compositivas que María José Fort busca, con presupuestos conscientes o impremeditados , emparentar con una cierta musicalidad visual. En todos los casos las estructuras establecidas desde el comienzo o reclamadas finalmente por los ornamentos del collageterminan incitando en quien contempla ejercicios sensibles que pueden acompasarse con la serenidad de un adagio o juegos de ritmos superpuestos. En una de sus obras, uno de los ejemplos más audaces, una especie de fuelle en cartón, establece un ritmo romboidal, una especie de reiterada percusión, sobre el contra ritmo construído por largas tiras seductoras, sedosamente coloreadas. Así, la musicalidad estructural sabe oscilar entre fluidez armónica y las resonancias casi sinfónicas de una trama cuadricular que traspasa el esfumado pictórico. Esa musicalidad es indisociablel de otro rasgo señalado, el amplio repertorio de proposciones ortogonales. Grandes zonas de collage o de pintura pueden ser intervenidas por la verticalidad o la horizontalidad de cuerdas en paralelo que bordan y aseguran la precaria forma cuadrilátera de las áreas cromáticas del collage. Esbeltas franjas rectangulares, también en horizontal o en vertical se imponen sobre la libertad gestual de manchas monocopiadas o pintadas. Un desencontrado tejido de franjas perpendiculares fractura el lirismo formal del relato pictórico, pero esa irrupción se produce sin irritar la armonía de atmósferas, como si esa intervención, quisiese reafirmar antes que confrontar.
El cuarto y último rasgo está vinculado a las opciones cromáticas manejadas por María José Fort. De manera mayoritaria recurre a una amplia gama de marrones y sus multiplicados matices, pardos puros, terracotas, ocres, sienas y todas sus imprevisibles combinaciones, junto a una recurrente aparición del blanco, muy luminoso o muy crudo , apenas amarilleado o tibiamente atizado. De tanto en tanto, los collages parecen buscar la penumbra gracias al protagonismo de grises oscuros o negros. También de tanto en tanto se engalanan con algún toque de púrpura o de violeta, se dejan agraciar con algún lavado en rosa o en un luminoso bordeaux. El conjunto de colores seleccionados parece enaltecer los otros rasgos destacados. Cargan de entonaciones poéticas los elusivos, azarosos perfumes textiles. Impregnan de acentos sensibles la musicalidad visual. Dan calidez y aligeran la espesura de las cartografías ortogonales.
En definitiva, dan identidad expresiva a estos collages que buscan un áspero sentido de la belleza y una constante emergencia del lenguaje pictórico.
Alfredo Torres